Domingo, 18 Diciembre 2016 12:37

Cuando la mayoría no tiene la razón

Escrito por  Paul Alvarado
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Si Ibsen viviese en estos tiempos, sería muy difícil convencerlo de lo contrario.

Los ingleses decidieron dejar la Unión Europea a pesar del impacto económico y político principalmente por temores infundados sobre los costos de la pertenencia, la pérdida de soberanía y el influjo de refugiados sirios; los Estadounidenses eligieron a Donald Trump como presidente que basó su campaña en mentiras sobre lo mal que le va a los americanos por culpa de los tratados comerciales, la inmigración, la violencia y la guerra contra ISIS; los italianos votaron por el No a pesar de que al inicio del año el Si contaba con el apoyo del 63.2% de los votantes; los Franceses tendrán que elegir presidente en 2017 y el partido de ultraderecha Frente Nacional de plataforma xenofóbica ya cuenta con casi el 25% del apoyo popular.

¿Cómo es esto posible en países con democracias maduras, con ingresos percápita altos y con gran acceso a la información? La respuesta corta es que ha llegado la era de la política posverdad!

Se ha dado en llamar “Política de la Posverdad” a la utilización de aseveraciones que se “sienten como la verdad” pero que no tienen base en los hechos, se basa en apelar a las emociones más que a la verdad y además cualquier intento de refutar las mentiras con hechos y pruebas se ignora por completo. El presidente electo de Estados Unidos, Donald Trump, es quizás el mejor exponente de esta tendencia, aunque tenemos abundantes ejemplos de esto en América Latina y en El Salvador.

Pero la pregunta sigue abierta ¿Cómo es posible que los electores no vean tan flagrantes y desvergonzadas mentiras? Hay varias razones para esto, algunas son coyunturales y otras son más estructurales.

La principal quizás sea el descontento con los resultados económicos de largo plazo, la productividad del trabajo ha venido creciendo a tasas cada vez menores por décadas ya y la desigualdad en la distribución de la riqueza se ha agravado en muchas partes del mundo, principalmente luego de la crisis inmobiliaria de 2008. A raíz de esto muchos, principalmente los menos educados y más vulnerables, perciben que las corporaciones y las élites viven bajo reglas distintas que los ciudadanos ordinarios, es decir se crea un sentimiento de ellos-versus-nosotros y florecen las teorías de la conspiración: “Los bancos ganaron con la crisis”, “Lo perdimos todo y nadie ha ido a la cárcel por eso”, “es un complot de las compañías para dejarnos sin nada”.

Otro motivo es el acceso a la información promovido por redes sociales que provoca dos efectos, el primero es que hay demasiada información y distinguir entre la verdad y la ficción es difícil y tedioso; otro es que los internautas tienden a formar “clusters” o grupos compactos donde los individuos reafirman sus creencias entre ellos, algo así como una caja de resonancia virtual.

Sumado a eso, los algoritmos de Facebook, Twitter, Google y otros, que detectan los patrones de búsqueda de los usuarios, también les sugieren contenido basándose en esos mismos patrones; es decir, si soy un amante de las teorías de conspiración mis redes sociales me sugerirán noticias, sitios web, perfiles y productos relacionados a las teorías de conspiración.

Un motivo menos obvio es que los humano padecemos de algo llamado “sesgos cognitivos”. En su libro, “Pensar Rápido, Pensar Despacio”, Daniel Kahneman – Psicólogo, Nobel de Economía por su contribución a la teoría prospectiva o Economía del Comportamiento – explica que los sesgos cognitivos son desviaciones del pensamiento, son de diversas índoles, pero en general afectan la forma en que tomamos decisiones, frecuentemente alejándonos de la decisión racional.  El efecto “Disponibilidad”, el efecto de la  “Facilidad Cognitiva” y el efecto “Backfire” son particularmente relevantes en nuestro contexto. 

El efecto “disponibilidad” es el que nos hace juzgar la frecuencia de un suceso por la facilidad con que podemos evocar esos sucesos en la memoria – Creo que los todos los taxistas son cafres al volante porque justo ayer casi me choca uno de ellos.

La “facilidad cognitiva” nos lleva a juzgar como ciertas o buenas algunas afirmaciones debido a la familiaridad que nos evoca, al estado de ánimo en que nos encontremos o a que hemos sido “anclados” a esa idea – Creo que el dentífrico X es el mejor porque el/la artista más popular lo anuncia en televisión.

El efecto “Backfire” es un conocido fenómeno que ocurre cuando intentamos, con hechos y datos, convencer a alguien de que su opinión o creencia son incorrectas, pero en lugar de eso lo que logramos es reafirmar las convicciones de esa persona (hay estudios que muestran que los conservadores son más propensos a exhibir este comportamiento)

Otro factor en juego, relacionado a la tecnología, es la rapidez con que se esparcen las ideas hoy en día. Con el advenimiento de las redes sociales las ideas empaquetadas o “memes” tienen un ecosistema más apropiado para esparcirse y mutar. Richard Dawkins en su libro “El gen egoísta” – donde acuñó el término “meme” – propone que los memes también evolucionan al estilo darwiniano; los memes se multiplican al pasar de una mente a otra y sufren la misma selección natural que los genes y las especies; sólo los memes con características que aumenten sus probabilidades de ser compartidos son los que tienen mejores probabilidades de perdurar. Pero el internet permite que la evolución de los memes sea muchísimo más veloz que la de los genes; y al llegar a más personas más rápidamente también mutan muy rápido. Pero esta evolución no depende de si la idea empaquetada es verdad o ficción.

Ahora con todos estos factores juntos podemos elaborar una hipótesis sobre cómo y porqué, en los casos mencionados arriba, la mayoría no ha tenido la razón:

A principios de 2010 lo peor de la crisis inmobiliaria ya había golpeado a las economías más importantes y se generó un descontento generalizado contra las empresas financieras y los gobiernos de turno. 

Más recientemente, la situación en Siria y la consecuente crisis de refugiados, más los ataques de fundamentalistas islámicos en diferentes partes de Europa y Estados Unidos, que a pesar de haber sido sólo unos pocos pero con una gran cobertura mediática (y debido al efecto “Disponibilidad”) desataron una paranoia xenofóbica, particularmente hacia los musulmanes.

Esta situación la aprovecharon los populistas para reforzar los miedos y prejuicios de las personas con mentiras. Estas mentiras están diseñadas para ganar adeptos, confirmando sus temores (infundados o no) con teorías de conspiración y prometiendo un cambio radical: “Los mexicanos son violadores, son ilegales y se roban nuestros empleos; hay que deportarlos y hacer un muro”, “los chinos inventaron el cambio climático para destruir nuestras industrias y ser ellos los que nos venden sus productos; hay que bloquear los productos chinos”, “los musulmanes son terroristas, hay que impedir que vengan”.

Estas mentiras no son fáciles de distinguir debido al enorme volumen de información, verdadera y/o falsa que inunda los medios.

Debido a la repetición a través de medios de difusión masiva y redes sociales, las mentiras se volvieron familiares y se esparcieron rápidamente debido al efecto de la “facilidad cognitiva”, a la virulencia de los memes y a los clusters de personas con opiniones similares. Intentar contrarrestar las mentiras con hechos y datos no sirvió de nada ya que o simplemente se descartaron o, a causa del efecto “backfire”, reforzaron las creencias infundadas.

Ahora, con esta teoría a nuestra disposición, ¿Podemos juzgar quienes son los responsables del éxito electoral de los populistas y los xenófobos?... ¿Serán los mismos populistas que usaron a la gente simple para sus propósitos, o serán los políticos moderados que no hicieron caso del descontento popular y no tomaron las medidas apropiadas?...¿O es tan sólo que somos víctimas de una especie de tormenta perfecta en la que se mezclaron todos los ingredientes en la proporción justa para el desastre?

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