El Papa Francisco autorizó esta mañana promulgar el decreto para la beatificación de Juan Pablo I, el Santo Padre que duró solo 33 días como máxima autoridad eclesiástica hasta que en la madrugada del 28 de septiembre de 1978 fue encontrado sin vida en su cama. Su muerte estuvo bajo un manto de sospecha y teorías conspirativas. El Vaticano reconoció como un milagro el caso de una niña argentina que hace 10 años estaba en estado vegetativo y sin esperanzas de sobrevivir pero que se curó de forma inexplicable tras el rezo de su madre a Albino Luciani, aquél que por su cordialidad llegó a ser conocido como “La Sonrisa de Dios”.
Se abre así el camino para la beatificación del Pontífice veneciano y ahora sólo se espera la fecha, que será fijada por el Papa Francisco.
Albino Luciani nació el 17 de octubre de 1912 en Forno di Canale, Italia. Luego de una infancia marcada por el hambre y la pobreza, a los 12 años ingresó en el seminario. En 1937 fue ordenado sacerdote. Se doctoró en teología y su trabajo con los más necesitado llamó la atención entre sus colegas. De esta forma fue ascendiendo en la jerarquía eclesiástica: Obispo, Patriarca de Venecia, Cardenal. También integró el Concilio Vaticano II. Tras la muerte de Paulo VI, a los 66 años Luciani asumió como Sumo Pontífice en 1978.
Solo duró 33 días como máxima autoridad eclesiástica. No llegó a dejar un legado palpable ni en la Iglesia ni en el mundo, pero sí sus gestos repetidos a diario fueron símbolos de un intento por dejar de lado el lujo habitual del Vaticano, de mostrar una imagen de mayor humildad. De hecho en su corto lapso descubrió que las finanzas y otros asuntos internos estaban desacomodados. El largo período de Pablo VI y su avanzada edad habían servido para que varios hicieran negocios espurios. En este contexto se llegó a afirmar que Juan Pablo I estaba preparando una serie de cambios entre obispos y cardenales de mayor poder con el objetivo de combatir la corrupción.
La versión oficial del Vaticano indicó que murió de un ataque al corazón en la madrugada del 28 de septiembre de 1978. Pero su fallecimiento se tiñó de sospechas y teorías conspirativas con diversas tesis que sostenían que había sido asesinado.
Luciani fue el primero en usar un doble nombre en reconocimiento a sus más inmediatos antecesores, Juan XXIII y Pablo VI. Además fue el último de los papas italianos luego de cuatro siglos. Tras su muerte se acabó la hegemonía italiana. Los siguientes serían un polaco, un alemán y Francisco, un argentino. Fue también el último Papa en morir en el Siglo XX.
En 2003, su sucesor, Juan Pablo II, lo declaró Siervo de Dios, iniciando el camino a la santidad. En 2017 el Papa Francisco lo proclamó Venerable. Ahora el Vaticano aprobó un milagro vinculado a Luciani y que tiene que ver con la historia de una niña argentina.
En 2011, Candela Giarda comenzó con dolores de cabeza que luego derivaron en vómitos y fiebre. En Paraná, su ciudad natal, nadie podía explicarla a su madre cómo curar a la niña, solo le informaron que estaba incubando un virus. Su cuadro se fue agravando hasta terminar internada en terapia, en coma y con respirador. “Tenía convulsiones y probaban con distintos anticonvulsivos, pero nada funcionaba”, recuerda Roxana Sosa, la mamá de Candela.
La niña de 10 años fue trasladada a la Fundación Favaloro donde tampoco pudieron dar un diagnóstico preciso. Años después, los especialistas concluyeron que la patología era FIRES (síndrome epiléptico por infección febril), una enfermedad de las consideradas raras, que afecta a una persona en un millón, casi siempre sin posibilidad de sobrevida.
No había esperanzas para Candela. Incluso los médicos le recomendaron a la madre que volver a Paraná para que muriera en su casa. De llegar a sobrevivir el pronóstico era desalentador: especialistas decían que iba a quedar en estado vegetativo, ciega. La noche del 22 de julio de 2011 una médica le dijo a Roxana que no podían hacer más nada: “Cande se muere esta noche”. Desesperada, entre lágrimas, acudió a la iglesia a la que siempre iba a rezar, la parroquia Nuestra Señora de la Rábida, ubicada a metros de la clínica.
Allí se encontraba el Padre José Dabusti quien luego se acercó a la cama donde se encontraba y encomendó el destino de la niña a Juan Pablo I. Roxana no sabía nada de la historia de ese Papa, pero rezó y se quedó junto a su hija esperando que transcurrieran las horas. Se aferró a la posibilidad de un milagro que finalmente ocurrió. Al menos no hay explicación para sostener cómo a las pocas horas de invocar a Juan Pablo I, Candela empezó a evolucionar de manera favorable hasta abandonar definitivamente el hospital. Hoy, a sus 21 años, Candela es una joven que vive una vida normal, estudia Seguridad e Higiene animal en la universidad, tiene un emprendimiento de venta de mil, pero lo más importante: está sana, sin secuelas de los días dramáticos que vivió hace una década.
Fue el Padre José quien le escribió una carta al Papa Francisco contándole lo sucedido. El milagro de Candela fue estudiado por la Comisión Médica del Vaticano que, en este caso, dio una sentencia positiva unánime. Los teólogos también dieron su veredicto positivo. Finalmente los cardenales reafirmaron que se trató de un milagro.