El Papa Francisco regresó a Roma este lunes 6 de diciembre después de su 35 viaje apostólico internacional a Chipre y Grecia que realizó desde el pasado 2 de diciembre.
El avión que trasladó al Santo Padre, junto a su séquito y a los periodistas que lo acompañaron, aterrizó en el Aeropuerto Ciampino de Roma alrededor de las 12:50 p.m. (hora local) después de dos horas de vuelo.
Antes de despedirse de Grecia, el Papa se reunió con cientos de jóvenes en la escuela San Dionisio de las Hermanas Ursulinas de Marusi en Atenas a quienes les explicó en qué consiste la fe y los alentó a tomar decisiones definitivas con valentía.
“La fe es un camino cotidiano con Jesús que nos lleva de la mano, nos acompaña, nos alienta y, cuando caemos, vuelve a levantarnos. Es como una historia de amor, donde siempre se sigue adelante juntos, día tras día. Y como en una historia de amor, llegan momentos en los que es necesario interrogarse, hacerse preguntas. Y hace bien, hace crecer el nivel de la relación”, explicó a los jóvenes.
En esta línea, el Papa destacó la importancia de rechazar los pensamientos que conducen al desánimo y a la soledad porque “es una tentación que hay que rechazar. El diablo nos mete esta duda en el corazón para arrojarnos en la tristeza”.
El domingo 5 de diciembre, el Santo Padre viajó por la mañana a la isla griega de Lesbos para visitar un centro de acogida donde viven miles de refugiados.
Allí el Papa saludó a numerosos refugiados, entre ellos mujeres y niños, y rezó para que el Señor “nos sacuda del individualismo”, porque “la fe nos pide compasión y misericordia” con el que sufre.
“Ruego a Dios que nos despierte del olvido de quien sufre, que nos sacuda del individualismo que excluye, que despierte los corazones sordos a las necesidades del prójimo. Y ruego también al hombre, a cada hombre: superemos la parálisis del miedo, la indiferencia que mata, el cínico desinterés que con guantes de seda condena a muerte a quienes están en los márgenes. Afrontemos desde su raíz al pensamiento dominante, que gira en torno al propio yo, a los propios egoísmos personales y nacionales, que se convierten en medida y criterio de todo”, indicó el Santo Padre.
Por la tarde del mismo día, el Pontífice celebró la Misa en el segundo Domingo de Adviento ante dos mil personas a quienes explicó en qué consiste la conversión.
Convertirse significa no prestar oído a aquello que corroe la esperanza, a quien repite que en la vida nunca cambiará nada; es rechazar el creer que estamos destinados a hundirnos en las arenas movedizas de la mediocridad; es no rendirse a los fantasmas interiores que se presentan sobre todo en los momentos de prueba para desalentarnos y decirnos que no podemos, que todo está mal y que ser santos no es para nosotros”, afirmó el Papa.
En esta línea, el Santo Padre señaló que es necesario fiarse de Dios, “porque Él es nuestro más allá, nuestra fuerza. Todo cambia si se le deja el primer lugar a Él. Eso es la conversión: al Señor le basta que dejemos nuestra puerta abierta para entrar y hacer maravillas”.
“Pidamos la gracia de creer que con Dios las cosas cambian, que Él cura nuestros miedos, sana nuestras heridas, transforma los lugares áridos en manantiales de agua. Pidamos la gracia de la esperanza. Porque la esperanza reanima la fe y reaviva la caridad”, invitó en su homilía el Papa.