La rapidez con la que se intensificó la tormenta superó todas las predicciones en un tipo de catástrofes naturales cada vez más habituales por el cambio climático
A pocos días del inicio de las que se anticipaban como “las vacaciones de la recuperación” en Filipinas, el tifón Rai —el más devastador de los 15 ciclones tropicales que han azotado el país este año— ha destruido gran parte del archipiélago, provocando serias pérdidas humanas y materiales.
Los estragos entre la población local ya ascienden a cerca de 400 víctimas mortales y casi un millón de desplazados. Los expertos explican que la rapidez con la que se intensificó esta tormenta superó todas las predicciones.
La agencia de la ONU para el cambio climático alerta de que ha aumentado la frecuencia con que ocurren este tipo de catástrofes naturales.
“La situación evolucionó demasiado rápido. Nuestros modelos no fueron capaces de predecir la manera en la que se intensificó la tormenta; sobrepasó todas nuestras predicciones”, explica Nikos Peñaranda, meteorólogo especializado en tormentas en el Buró Nacional de Meteorología de Filipinas.
Según el último balance proporcionado por la Policía Nacional este miércoles, 375 personas han perdido la vida, 56 continúan desaparecidas y 500 han resultado heridas. Más de 417.000 personas se encuentran alojadas en centros de evacuación y más de 244.000 con familias de acogida.
La Oficina de la ONU para la Coordinación de Asuntos Humanitarios calcula que hay 1,8 millones de afectados. El Departamento de Bienestar Social y Desarrollo ha subrayado que los problemas de acceso a internet están representando “un enorme desafío a la hora de recopilar datos sobre la población afectada”.
El secretario de Defensa Nacional, Delfin Lorenzana, ordenó el lunes desplegar todos los recursos disponibles para llevar bienes de primera necesidad a las zonas afectadas. Miles de militares, policías y guardacostas están entregando comida, agua potable y suministros médicos a los supervivientes, quienes tienen dificultades para encontrar productos básicos.
Naciones Unidas ha calificado de “devastación absoluta” las áreas más azotas por Rai, como los paraísos tropicales de Siargao y Bohol, que han quedado irreconocibles tras las inundaciones provocadas por el tifón.
Estos populares destinos turísticos esperaban recibir un aumento de los visitantes durante las vacaciones tras la reciente relajación de las medidas para combatir la pandemia.
Los dueños de los negocios enfocados al turismo confiaban paliar el impacto que han tenido las restricciones de viajes internacionales con la llegada de familias filipinas, que suelen elegir la Navidad para visitar las playas más famosas del país. Sin embargo, decenas de vuelos permanecen suspendidos y se han prohibido los viajes por tierra y mar en las regiones más afectadas.
El presidente, Rodrigo Duterte, visitó Bohol (donde se calcula que han muerto 96 personas) el fin de semana. El gobernador de la isla, Arthur Yap, continúa pidiendo al Gobierno que envíe ayuda cuanto antes, pues alerta de que, casi una semana después de que azotara el tifón, la mayoría de los 1,2 millones de habitantes de Bohol continúa sin electricidad y red telefónica.
En una entrevista concedida el martes a la cadena de radio DZBB, Yap agradeció la visita de Duterte, pero advirtió que “si no nos envían dinero para comida, deberían venir los soldados porque pronto empezarán los saqueos”.
Afirma que los 35.000 paquetes de alimentos que se le habían prometido —cifra que seguiría siendo escasa para las 375.000 familias que habitan en la provincia— aún no han llegado.
A pesar de que Duterte ha reconocido que Filipinas tiene “deudas enormes” por la gestión de la crisis de la covid-19, el mandatario está intentando que se liberen unos fondos por valor de 4.000 millones de pesos filipinos (unos 71,2 millones de euros) para paliar los daños. Ha prometido que 2.000 millones de pesos (35,6 millones de euros) se destinarían a las autoridades locales y los otros 2.000 millones a ayudas para los supervivientes.
El tifón Odette, el nombre que recibe en Filipinas, tocó tierra al menos nueve veces entre el 16 y el 17 de diciembre, obligando a evacuar a los habitantes de 35 provincias, distribuidas por los diez grupos de islas que componen el archipiélago filipino.
Durante su avance implacable, que provocó lluvias torrenciales y rachas de viento que llegaron a alcanzar los 210 kilómetros por hora, el tifón arrancó cocoteros, derribó postes eléctricos y destruyó más de 61.900 viviendas.
“Estamos luchando contra una catástrofe. Es Haiyan de nuevo”, señala Richard Gordon, jefe de la Cruz Roja en Filipinas. El supertifón Haiyan fue uno de los ciclones tropicales más intensos en la historia moderna, y el más mortífero en los anales de Filipinas, que dejó la trágica cifra de 6.300 muertos en noviembre 2013.
En las últimas tres décadas, Filipinas ha registrado al menos 205 ciclones tropicales, la cifra más alta entre todas las naciones asiáticas, según la base de datos sobre desastres atmosféricos EM-DAT, de la Universidad de Lovaina. Prácticamente, todos han tenido víctimas mortales y han provocado daños materiales estimados en millones de dólares. En ese periodo de tiempo, China, el segundo país más afectado por este tipo de tormentas, ha registrado 139.