En total son 39,976 hectáreas de bosque salado que representan el 1.67 % del territorio nacional. Bahía de Jiquilisco, en Usulután, es el lugar donde se encuentra más de la mitad del total de manglares del país. Por su tamaño, es el principal ecosistema de manglar de la costa del pacífico de Centroamérica.
El país cuenta con seis especies de mangle: Madresal (Avicennia bicolor), Istaten (A. germinans), botoncillo (Conocarpus erectus), Cincahuite (Laguncularia racemosa), mangle rojo (Rhizophora harrizonnii y R. mangle) y mangle rojo espigado (Rhizophora racemosa), siendo esta última la especie predominante. El botoncillo es mucho más frágil y está a punto de llegar a la categoría “en peligro de extinción”, se encuentra en las áreas transitorias entre bosque dulce y bosque salado.
Estos ecosistemas poseen esteros y canales, barras de arena y playas, islas, manglares y bosques, por lo que tienen una gran importancia. En ellos se alberga una gran cantidad de biodiversidad. Diferentes especies de aves, mamíferos y crustáceos, entre otras, encuentran en los bosques salados un lugar para refugio, alimentación, descanso y reproducción.
Además, contribuye al control de inundaciones, depuración y almacenamiento de aguas, producción pesquera, producción de madera, recarga de acuíferos, fijación de carbono y regulación climática, protección y estabilización de la línea de costa y como barrera natural para la protección de las comunidades ante huracanes o depresiones.
Una investigación del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente muestra que los ecosistemas de manglares sustentan las economías globales y locales al respaldar la pesca, proporcionar otras fuentes de alimentos y proteger las costas. De hecho, cada hectárea de bosque de manglar representa un valor estimado de entre US$ 33.000 y 57.000 por año.
Mantener saludables estos bosques salados es de vital importancia, una prioridad que durante años había sido relegada. Se desarrollan diferentes acciones para su reforestación y restauración. Una de ellas es la remoción de sedimentación que, por causas de la erosión en las partes altas, se acumula en los manglares; además del material forestal que muere, estos sedimentos caen en los canales e impiden la dinámica hídrica, poniendo en riesgo de muerte a los manglares.
El personal técnico y guardarrecursos hace monitoreo constante dentro de los bosques salados para recopilar información que les permite priorizar y programar las actividades de desazolve de canales. Además de cuidar y corregir las malas prácticas que algunos pobladores realizan en estas zonas protegidas.
El cambio climático, prácticas inadecuadas de ganadería, agricultura y pesca, la contaminación por plásticos son, entre otros, algunos de los problemas que afectan a estos particulares bosques. Por tanto, es importante la educación con la población para que sea consciente de la importancia de su conservación.
Para ello, se trabaja con los actores locales través de diferentes herramientas. Por ejemplo, en Bahía de Jiquilisco, el Plan de Desarrollo Local Sostenible busca establecer mecanismos de vigilancia y protección, acciones de reforestación y rehabilitación, reducción del uso de agroquímicos, eliminación de desecho sólidos en canales, restauración de poblaciones de tortugas marinas y promoción de sistemas agroforestales en parcelas agrícolas de las zonas de amortiguamiento y de transición.
Asimismo, se encuentra en proceso la actualización del plan de manejo del humedal complejo Bahía de Jiquilisco para el período 2018-2023, el cual contiene los lineamientos complementarios para el manejo sostenible del humedal y las áreas naturales protegidas que lo integran.