El último fue Sudán del Sur. Hace apenas tres años que en varias zonas del norte del país africano se declaró formalmente la hambruna. Previo a este ―en 2011― fue Somalia. Y en 1984, Etiopía. Los expertos celebran que los casos tan devastadores se cuenten con los dedos de una mano y que cada vez haya una mayor conciencia al respecto. Sin embargo, ponen la lupa en los países que están a un paso de cruzar la línea roja: Yemen, Burkina Faso, Nigeria y, de nuevo, Sudán del sur. “Vivir en el borde del abismo es prácticamente igual de trágico aunque no sea tan mediático”, critica Luca Russo, analista principal de crisis alimentarias de la FAO (agencia de la ONU para la alimentación). Sin una inyección económica decidida, asegura, estos cuatro serán los siguientes en la lista.
Declarar un país en estado de hambruna no es simple. Según los criterios que recoge Unicef, en primer lugar se tienen que cumplir tres requisitos: que al menos el 20% de la población se enfrente a una escasez extrema de alimentos, que la tasa de desnutrición aguda esté por encima del 30% y que se produzcan dos muertes diarias asociadas a la desnutrición por cada 10.000 habitantes o cuatro muertes infantiles al día. Pero tener acceso a estos datos tampoco es sencillo en países con Gobiernos poco transparentes.
Las trabas burocráticas y la falta de estadísticas son dos de las principales peticiones de las organizaciones de ayuda humanitaria. Otro de los índices que se tiene en cuenta para determinar el nivel de riesgo de una población es la clasificación de fases integradas (IPC, por sus siglas en inglés), en la que la primera etapa es bajo o nulo y la quinta es denominada técnicamente como catástrofe. Yemen, Burkina Faso, Nigeria y Sudán del sur ―de acuerdo con los estudios que siguen en curso de varios organismos como la FAO y el Programa Mundial de Alimentos (WFP, por sus siglas en inglés)― están en el cuarto eslabón o muy próximos. “Y llevan ya un tiempo”, incide Russo.
En Somalia se produjo un exceso de mortalidad de 250.000 personas el año anterior de que se declarara la hambruna. Estamos intentando prever cifras similares en estos cuatro puntos críticos
Las organizaciones exigen un impulso económico a pesar de la enorme crisis global a causa de la covid-19 “para que las ayudas no lleguen demasiado tarde”, repite el experto, quien además rescata las lecciones aprendidas tras la hambruna en Somalia: “En el país se produjo un exceso de mortalidad de 250.000 personas el año anterior de que se declarara la emergencia. Nosotros estamos intentando prever cifras similares en estos cuatro puntos críticos. Estas muertes se pueden evitar si actuamos ahora”.
Recursos que no llegan a Yemen e inversores que pierden la confianza
“Estamos en una cuenta atrás hacia la catástrofe en Yemen”, alertaba David Beasley, director ejecutivo del Programa Mundial de Alimentos, en una conferencia de la ONU a mediados de noviembre. “La población está devastada a consecuencia del conflicto, el hambre y la malnutrición. Ahora se está produciendo una combinación tóxica entre el aumento de la violencia, la crisis económica y el colapso que ha causado el coronavirus. Esto ha llevado la miseria a otros niveles”. Beasley explicó que no es la primera vez que el país se ve amenazado y que la historia se repite porque las autoridades no permiten que llegue ayuda humanitaria: “Desde 2018, nuestra gente ha insistido innumerables veces y han tratado de negociar para acceder a las áreas de control [...] y lo que obtenemos son barreras innecesarias”.
“Yemen es hoy el país con la mayor población en situación de inseguridad alimentaria. Más de 17 millones de yemeníes necesitan de ayuda externa”, explica Russo. Además del tremendo impacto en la población, la falta de acceso de estos organismos a las zonas afectadas también se traduce en un descenso de fondos de los principales inversores, quienes pierden confianza. El resultado es que cerca de nueve millones de personas han dejado de ser asistidas desde el mes de abril. Y más de 360.000 niños corren grave peligro de morirse de hambre, según las declaraciones de una de las portavoces del WFP recogidas por Europa Press.
En Yemen cerca de nueve millones de personas han dejado de ser asistidas desde el mes de abril. Y más de 360.000 niños corren grave peligro de morirse de hambre
Una vez más, la crisis del coronavirus lo empeoró todo. De marzo a septiembre, con las restricciones más consolidadas en todo el globo, la inseguridad alimentaria se disparó en 27 países, según los últimos informes de la ONU. Se estima que 104,6 millones de personas la sufren; siete millones más que el año pasado. Burkina Faso es uno de los países que más hambre pasa. Dos de sus provincias están en IPC 4 y cerca de 11.000 personas están en IPC 5. Jane Howard, miembro del WFP de Inglaterra, advierte de que en apenas un año la gente que está hambrienta se ha triplicado: “Es una situación catastrófica que se debe a los conflictos, el éxodo, la pobreza, el cambio climático y ahora también por el impacto de la pandemia”.
Agricultores sin cosecha, ganaderos que no pueden pastar su rebaño ni venderlo en pueblos vecinos, vendedores ambulantes que se quedaron sin calles en las que vender y trabajadores informales a quienes dejaron de llamar. La brutal crisis económica en la que se ve sumergido el planeta es la antesala del hambre de los países en vías de desarrollo. “Sé que no está siendo un año fácil para la economía de ningún país, pero a fin de cuentas este es un problema global”, añade Howard. “Sabemos la presión de los países donantes [Estados Unidos, Alemania e Inglaterra, principalmente] para que velen por la seguridad de sus ciudadanos, pero nadie estará a salvo mientras siga habiendo coronavirus en el resto del mundo”.