En el altar ofreció el pan y el vino, al igual que la propia vida. En la capilla del Hospital La Divina Providencia, lugar del magnicidio, todavía resuenan sus palabras con las que pidió a los militares no matar a sus hermanos campesinos.
Monseñor Romero es uno de los arzobispos más significativos e importantes de la historia reciente no sólo de su país, El Salvador, sino universal.
Su labor humanitaria y su lucha contra la pobreza, la represión y la crueldad han sido los propósitos de su episcopado, junto con la solidaridad y el compromiso por la comunidad que representaba y luchaba. Su muerte nunca fue esclarecida, permanece en la impunidad.
A pesar de múltiples peticiones de que se haga justicia, las autoridades no han emprendido acciones serias en esa dirección.
Su deceso marcó el inicio de la guerra civil que costó la vida a más de 80 mil personas, la mayoría de ellos civiles y la destrucción de una enorme cantidad de infraestructura. El Salvador es un país marcado por la desigualdad social y una creciente pobreza.
En el último año, la pandemia del Covid-19 ha profundizado estas realidades, de manera que un poco más del 40 por ciento de la población corre el riesgo de vivir en la pobreza.
El mundo reconoce la santidad de Romero
La Iglesia Católica canonizó el 14 de octubre de 2018 a Monseñor Óscar Arnulfo Romero, quien fue asesinado hace 41 años, sin embargo, los salvadoreños, después de tanto tiempo siguen llamándolo simplemente “monseñor Romero”.
Pedro Casaldáliga, obispo emérito de São Félix Brasil lo definió como “San Romero de América” en un poema publicado en 1980.
El rector de la Universidad Centroamericana (UCA), padre Ignacio Ellacuría, asesinado por miembros del ejército salvadoreño en 1989, decía que “con Monseñor Romero Dios pasó por El Salvador”.
Publicado en Vatican News.