Pero nunca he expresado públicamente mi preocupación por la situación del Bitcoin como activo de inversión.
La fiebre del Bitcoin tiene dos problemas muy serios, parece estar movida por el deseo de ganancias rápidas y sustanciales, una especie de comportamiento de manada; más que por el conocimiento completo sobre los factores que determinan el precio del Bitcoin y muchos de los que invierten en Bitcoin son precisamente aquellos que tienen menos respaldo de capital y menos conocimiento sobre el manejo de los riesgos financieros.
Todos hemos oído el dicho sobre “no poner todos los huevos en la misma canasta”, que es una advertencia respecto de los peligros de la mala diversificación de los riesgos. En las inversiones, como en casi toda actividad humana, es buena idea cubrirnos de los riesgos diversificándose.
Los estudiantes aplican a más de una universidad en caso de que su primera opción no los acepte, los agricultores cultivan más de un producto; por si alguno no rinde lo que se esperaba, otro rendirá más de lo esperado.
Todos compramos más de un tipo de zapatos, porque puede llover y vamos a tener que sustituir las zapatillas por las botas de hule, consultamos a más de un mecánico cuando el carro nos falla, o compramos más de un periódico para leer diferentes lados de la noticia.
En general, ¡no ponemos todos los huevos en la misma canasta! El sentido común nos dice que eso es una mala idea.
Existe un paralelo entre la fiebre del oro en California a mediados de los 1800 y el entusiasmo por el Bitcoin hoy en día.
Al igual que los buscadores de oro de antaño, que movidos por la avaricia no midieron los riesgos de viajar al oeste y lidiar con todos los riesgos, incluso el de perder la vida a manos de bandidos u otros “pioneros”, los entusiastas del Bitcoin están dispuestos a invertir todo su capital y hasta el de otros, o sea que ponen todos los huevos en una sola canasta, sin considerar todos los riesgos a los que se exponen.
Peor aún, estos pioneros o entusiastas del Bitcoin no son sólo inversionistas con grandes capitales, una gran cantidad de estos son personas comunes con poco capital con el que hacerle frente a un eventual colapso del Bitcoin.
Tienen educación financiera muy limitada o nula y no conocen las técnicas modernas de manejo de riesgos. De modo que, si Bitcoin colapsa, las pérdidas van a afectar de forma desigual a los grandes inversionistas y a la gente común.
El gran inversionista, tiene un colchón grueso donde suavizar su caída, y además tiene profesionales en finanzas trabajando para él; de modo que, aunque pierda mucho dinero, eso sólo va a representar una fracción modesta de su riqueza. Este inversionista no va a dejar de pagar su casa, ni la cuenta de luz, ni la escuela de sus hijos; sólo va a ser menos rico.
El pequeño inversionista, apenas y tiene capital, no sabe de manejo de riesgos así que no está diversificado e invirtió mucho o todo su capital en el Bitcoin. De modo que, aunque su perdida sea pequeña en monto, ésta va a representar una fracción muy importante de su patrimonio. Este inversionista, puede perder su casa, le pueden cortar la luz y sus hijos van a tener que asistir a la escuela pública, que en nuestro país no es precisamente a lo que aspiramos los padres de familia.
El impacto será mayor entre aquellos que están menos preparados para soportarlo.
Pero no quiero que se piense que Bitcoin es inherentemente malo como inversión. Bitcoin y otros “criptoactivos”, tiene su lugar dentro de un portafolio de inversión apropiadamente diversificado y construido con una estimación más o menos confiable de los retornos futuros del universo de activos.
Pero eso no es lo que está haciendo el promedio de los “Bitcoin Bros” en El Salvador.
Paul Alvarado es economista y consultor en temas de Finanzas y Tecnología.