De Argelia ya me he ocupado en otros artículos muy recientes por su injerencia nefasta en la negociación para la paz en el Sáhara Marroquí.
Hoy, dedicamos nuestra atención sobre Libia. Libia es otra nación típica de África configurada por las tribus, la religión musulmana y la colonización, y en las últimas seis décadas por una gigantesca producción de petróleo. El ascenso de la hermandad musulmana de los Sanusí en la región libia de la Cirenaica a finales del Siglo XIX (cofradía fundada en La Meca en 1837 por Mohamed ben Ali-es-Senusi el Hassani el Idrisi, de quien lleva su nombre) fue respuesta a las invasiones primero de Turquía (Imperio Otomano) y luego de Italia. La familia líder de la hermandad en la Cirenaica tuvo en Sidi Muhammad Idris al-Mahdi al-Sanusi al personaje que pactó en 1917 un alto al fuego con los italianos, proceso que lo encumbró como la mayor autoridad en la región hasta que fue exiliado por los italianos en Egipto. Idris retornó hasta 1942 gracias a la victoria de los británicos sobre Italia. La naciente Naciones Unidas propuso un acuerdo tribal sin exclusiones de tal suerte que Idris negoció la formación del nuevo Estado-Nación libio junto a las tribus Fezzan y Tripolitania, siendo en ésta última donde se instalaría la capital de la nueva Libia en la cual Idris fue coronado monarca.
Idris promovió entre la población el significado de una nación libia, ya que las regiones eran entidades completamente independientes. En 1963 promovió una reforma constitucional por la cual el Estado dejó de ser federal para convertirse en unitario. Su poder se fue acrecentando gracias también al apoyo de las potencias occidentales, pero esta actitud pro-occidental, la falta de una política social y su rechazo a los planteamientos nacionalistas árabes, que le llevaron a declararse no intervencionista durante la guerra de los Seis Días (conflicto árabe-israelí), elevó su impopularidad entre los trabajadores y estudiantes pro-árabes. Ese fue el caldo de cultivo para el Golpe de Estado que encabezó un beduino, el coronel Muammar al-Gaddafi, en septiembre de 1969, aprovechando que Idris se encontraba fuera del país. Inmediatamente, Idris fue encausado en ausencia por los delitos de corrupción y apropiación indebida, siendo condenado en 1974. Idris nunca volvió a Libia, falleciendo en Egipto en 1983.
De Gaddafi a la primavera árabe
Independiente la raíz griega o egipcia que se adopte para ahondar sobre el significado de Libia, lo cierto es que su origen es milenario y sorprendente. Mapas antiguos refieren que con el nombre de “Libia” se denominaba todo el Norte de África, desde el Nilo Occidental hasta el Océano Atlántico.
Mapa de Hecateo de Mileto (550 a.C.-476 a.C.)
Los historiadores contemporáneos coinciden en que la intervención de Italia entre los siglos XIX y XX se tradujo para Libia en la entrada de la tecnología avanzada de la época. El Norte de África había experimentado largos períodos de sequías y hambrunas, lo que había generado levantamientos contra las autoridades tribales. Italia implantó las bases necesarias para crear infraestructuras modernas, en la agricultura y en la industria, si bien Italia lo hizo pensando en que miles de colonos italianos pudieran radicarse en Libia.
Nadie se esperaba, bajo el reinado de Idris, el descubrimiento del petróleo en 1959 el cual comenzó a exportarse desde 1961. En 1965, Libia exportaba 1.22 millones de barriles diarios. Para el año del Golpe de Estado por Gaddafi, Libia ya exportaba 3.1 millones de barriles diarios. Su régimen no fue menos personalista que el del monarca que derrocó, pero sí más sanguinario. Gaddafi hizo gala de múltiples y curiosos relevos ideológicos que lo colocaron en la vitrina mundial de entonces: habló de la Jamahiriya, híbrido de Islam, de “socialismo natural” y “democracia popular directa”, y de una “tercera vía” ideológica que proclamó en su “Libro Verde” el cual llegó a América Latina especialmente a universitarios y a las guerrillas de izquierda de aquel entonces.
Sentado sobre millones de millones de barriles de petróleo, Gaddafi intervino política y militarmente en otras naciones africanas -la más grave en Chad- y se alió con Daniel Ortega en Centroamérica, a quien, como indican diversas fuentes, Gaddafi siguió financiando después de 1990 cuando el voto soberano del pueblo de Nicaragua lo sacó del poder. Su tránsito a la organización del terrorismo internacional fue fácil, alcanzando la cima con el derribo el 21 de diciembre de 1988 del vuelo de Pan Am que realizaba el itinerario Frankfurt-Detroit con escala en Londres. Muchos años después, Gaddafi aceptó la responsabilidad del atentado e indemnizó a algunas víctimas, pero nunca fue sometido a la justicia internacional logrando en este Siglo XXI reinsertarse, sorprendente y paulatinamente, al resto del mundo gracias a una mezcla de concesiones políticas, renunciando al terrorismo y a la tenencia de armas de destrucción masiva, y abriendo las puertas a las compañías petroleras occidentales ansiosas por invertir en un país rico en hidrocarburos.
Pero la primavera árabe arribó a Libia. El 15 de febrero de 2011, al cabo de un mes de agitación contagiada por las revoluciones cívicas en las vecinas Túnez y Egipto, Gaddafi afrontó lo inconcebible: el estallido en la tradicionalmente rebelde Cirenaica de una masiva insurrección popular exigiendo su caída. Su respuesta, rápida y brutal, fue lanzar contra los manifestantes todo el peso de sus fuerzas armadas. La represión a sangre y fuego no detuvo la revuelta, que con bastión en Bengasi se extendió a Tripolitania y a la misma capital. El reguero de deserciones militares, políticas y diplomáticas robusteció a los rebeldes, que sin apenas liderazgo formaron un Consejo Nacional de Transición (CNT) con su centro de mando en la Cirenaica. La OTAN abrió canales humanitarios e impidió más masacres contra el pueblo libio.
El 20 de octubre, tras semanas de encarnizados combates, el CNT culminó el asalto final en la ciudad portuaria Sirte con un episodio tan dramático como simbólico: la captura malherido, luego de ser bombardeado por la OTAN el convoy en el que intentaba escapar, del mismísimo Gaddafi. Zarandeado, increpado y golpeado por sus excitados captores, que grabaron el momento con sus teléfonos móviles, Gaddafi tuvo un final atroz, entre linchado y tiroteado a bocajarro. La exhibición de su cuerpo masacrado, a modo de trofeo de guerra, en la ciudad mártir de Misrata puso el epílogo de Gaddafi.
La guerra civil y el diálogo en Marruecos
Lamentablemente, con la caída de Gaddafi, Libia cerró un círculo concéntrico para abrir uno casi igual que al anterior en términos de luchas caudillistas e inter-tribales, a lo que se sumó una nueva intervención de Turquía que desde hace un siglo ya no es el imperio otomano que lo llevó a las lejanas costas mediterráneas. Una facción libia firmó un acuerdo para facilitar el arribo de tropas turcas, complicando aún más la resolución del conflicto que en esencia le es ajeno a Turquía aquejada con su propia inestabilidad política y sus propios problemas en la frontera con Siria y la represión del gobierno turco contra los kurdos.
Si bien se realizaron elecciones parlamentarias el 2014 para asegurar la transición en el país, las facciones tribales y su lucha por el control de los hidrocarburos primaron por sobre la reunificación nacional. Cuando la facción de la Cirenaica -al mando del Coronel Jalifa Haftar- estaba muy próxima a ganar militarmente esta nueva guerra civil, su victoria fue contenida parcialmente por las tropas turcas. No obstante, el Parlamento, con sede en la ciudad cirenaica de Tobruk, sigue funcionando y es un as político de Haftar pues es para la comunidad internacional un interlocutor válido en el diálogo por la paz fuera de Libia siendo el Reino de Marruecos una de las plazas anfitrionas consolidando los buenos oficios del Rey Mohamed VI dado sus compromisos por la paz en África y en el mundo.
La primera quincena de este septiembre en curso ha sido clave para el diálogo entre libios en Marruecos bajo el aval de Naciones Unidas. Acudieron a la cita en la ciudad de Bouznika (al sur de Rabat), una delegación del Parlamento libio y otra de quienes gobiernan la región occidental del país. Al final de esta primera gran jornada de diálogo, a la que deben en el futuro sumarse el resto de las Partes que garanticen negociaciones firmes y duraderas, los libios emitieron un comunicado el 8 de septiembre en el que destacan que “lograron entendimientos importantes que incluyen el establecimiento de estándares claros destinados a eliminar la corrupción y reducir el desperdicio de dinero público, y luego poner fin al estado de división institucional”. Uno de los voceros destacó que el diálogo libio en Marruecos está “avanzando de manera positiva y constructiva”. Añadió: “Todos esperan lograr resultados buenos y tangibles que allanarán el camino para la culminación del proceso de solución política integral en todo el país”.
El Ministro de Relaciones Exteriores marroquí, Nasser Bourita, a quien personalmente tengo el honor de conocer, en aras de reforzar el proceso de diálogo entre libios, llamó a las naciones árabes a apoyar una solución política a la crisis libia lejos de la opción militar, y fomentar un marco neutral para dicho diálogo que garantice el mantenimiento de la cohesión nacional, la integridad territorial y la soberanía nacional de Libia en todos sus territorios. Así lo expresó el Canciller Bourita ante la 154 sesión del Consejo de la Liga Árabe a nivel de los ministros de Asuntos Exteriores. “La solución a la crisis en Libia solo puede ser libia y para los libios”, concluyó el ministro Bourita.
Como era de esperar, la ansiedad para excluir -como se manifestó en las negociaciones de paz en Centroamérica hace 30 años- ya aparecieron en Libia. El 21 de septiembre, un vocero de la facción en Trípoli -que avaló el ingreso de tropas turcas- ha rechazado rotundamente la participación del coronel Haftar en el proceso de diálogo. Pero dentro de esa facción en Trípoli hay importantes pugnas pues un prominente líder de esa facción en el oeste de Libia, Fayez Serraj, ha reafirmado su disposición a dimitir para facilitar la organización de un nuevo organismo ejecutivo que saque al país del camino de la destrucción.
Reflexión final
Mientras circunstancialmente nos preparamos los ciudadanos del mundo a una segunda ola del coronavirus y la espera por las vacunas se nos hace interminable; mientras confiamos que nuestros gobernantes con sabiduría y audacia nos conduzcan a la reconstrucción post- COVID-19 pues el shock económico y la pérdida de empleos ha sido brutal; los conflictos desgarradores como en Libia o Argelia prosiguen desestabilizando el Norte de África y el Mediterráneo, causando la pérdida de vidas y la violación masiva de los Derechos Humanos.
Por mi amistad con el Reino de Marruecos, me congratulo por esta valiosa contribución al diálogo entre libios. Parece prehistoria cuando llegó a mis manos el “Libro Verde” de Gaddafi en aquellos años de movilización ciudadana por la democracia secuestrada por el militarismo. En realidad, no era un libro sino tres volúmenes muy al estilo de Mao Tse Tung con su “Libro Rojo”. La primera parte del libro se titula “La solución del problema de la democracia. El Poder del Pueblo”. Gaddafi le falló a su pueblo, a las tribus libias, pues ese poder se lo quedó consigo, despilfarró la riqueza del petróleo, financió el terrorismo internacional, y masacró a la gente en las calles que quemaba decenas de ejemplares del “Libro Verde”.
Con el diálogo en Marruecos, pareciera nacer una esperanza para la paz en Libia. Esa esperanza que brotó con el fin de la intervención turca, del colonialismo italiano, con el ascenso del rey Idris, con el Golpe de Estado de Gaddafi y su caída. La historia de Libia es casi como la nuestra en Centroamérica, de un pasado no tan remoto como la retrató el escritor Ahmad al-Na’ib en 1961 en su obra “La fuente dulce sobre la historia de Trípoli Occidental” cuando habló sobre la Libia invadida por los turcos otomanos en el Siglo XIX: la era de la tiranía, el trabajo forzado, la ignorancia, la pobreza, la enfermedad, el asesinato tanto de inocentes como de quienes demandaban justicia.