Domingo, 25 Diciembre 2016 22:56

Push the red button 

Escrito por  Sofía
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La explosión se sintió a lo largo y ancho del planeta; retumbó desde el centro, y como si fuera un nuevo big bang, la Tierra desapareció de su posición estelar. Ni los humanos, ni los demás animales experimentaron sensación alguna. No tuvieron tiempo de reaccionar a lo que había sucedido, dolor o sorpresa, ni tuvieron un segundo para preguntarse qué había pasado. Así como la creación del mundo fue un misterio en la historia del hombre, el final del planeta Tierra, lo sería para quienes, desde las galaxias lejanas, tal vez observaban.  

Era un día normal y sin noticias que asombraran al mundo, una Navidad más. La economía mundial seguía su camino en picada. Las sociedades estaban aún más, en decadencia. Las relaciones humanas apenas eran perceptibles y la magia que antes imperaba en estas fechas, casi se había perdido por completo; para pena de muchos, pocos creían en Santa.  

El final estaba programado para el año 2020…..nadie se esperaba que ocurriera justo en la Nochebuena del 2016. 

Ya sólo algunos recordaban la imagen bonachona del personaje de la barba blanca que volaba por los cielos, entregando regalos a los niños del mundo. Las leyendas tenían algo de verdad y parte de ficción. Los renos existían y Rodolfo también, a pesar de parecer un invento, resultado de una mente imaginativa, con esa gran nariz roja que prácticamente podía verse desde el suelo.  

Era sábado, y el trabajo había comenzado desde días antes. Llenar el trineo con los juguetes para niños era un arduo trabajo y los renos, cansados ya de tantos años de recorridos por el mundo, malhumorados cada vez más, se negaban a remontar el vuelo. Pero igual inició la labor, se puso el traje, se ajustó el cinturón y las botas. Acomodó su gorro en la nívea corona y tomó la botella de calvados que siempre llevaba en sus viajes. 

Había comenzado como una Nochebuena normal. Chimenea tras chimenea, se infiltraba en los hogares como ladrón de felicidad, dejando los regalos en los lares. Desde el norte, dando vuelta por el Ecuador y terminando en lo más frío del Polo Sur, hizo su recorrido hasta terminar con los paquetes y con la bebida. 

Al llegar a Tierra de Fuego sentía, por primera vez, que el cansancio lo estaba venciendo. En todos los años que había dedicado a la entrega y recorrido mundial, nunca se había sentido así. El calvados había hecho un gran trabajo, sentía que los párpados le pesaban como nunca y necesitaba bajarse del trineo por última vez ese año,  estirar las piernas y dejarse caer dormido en la cama más próxima. Había sido una noche especialmente agotadora.  

Después de entregar un gran paquete con videojuegos y muñecas, casi  estaba inconsciente. Dejó que los renos, como caballos que regresan al establo, lo llevaran por el camino conocido. No sabía qué pasaba, sólo pensaba en su lecho caliente. 

Después de un atropellado viaje de regreso, por fin llegaron a su iglú en el fin del mundo y así, agotado como estaba, bajó del transporte y caminó dando traspiés para entrar a su hogar. Poco antes de llegar a la puerta, el sueño y el alcohol no le permitieron ver el declive que había en la nieve, y al tratar de evitar caer, sin querer se recargó en la nariz de Rodolfo, que estaba bloqueada como siempre. Cuando reaccionó, era demasiado tarde. Adormilado, beodo, el botón rojo de destrucción, apretó. 

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