Martes, 25 Abril 2017 12:55

Sweet dreams

Escrito por  Sofía Anacoreta
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La oscuridad le parecía más profunda de lo normal, apenas podía ver el camino empedrado que iba siguiendo y un pertinaz goteo mojaba su cabello oscuro al andar.

Cada tantos minutos se aseguraba de que nadie la siguiera, a pesar de que, al poco, la llovizna ya se había convertido en fuerte aguacero y la madrugada ahuyentaba a cualquiera. Se sentía extrañamente relajada y feliz. Después del esfuerzo realizado, percibía un pequeño temblor en brazos y piernas y los dedos agarrotados por el frío y el arrojo del ataque.

En la mano izquierda cargaba con una bolsa de basura que pesaba poco e iba dejando un rastro de sangre que se mezclaba con el camino lodoso y encharcado. Iba pensando en lo que acababa de hacer, al principio no se había creído capaz, él era casi veinte centímetros más alto que ella y aun así le fue fácil dominarlo, el somnífero que había mezclado en la copa de vino, había surtido el efecto deseado. 

Llegaron en el auto de él al motel en el que ocurrió el encuentro, a una habitación poco alumbrada y decorada de manera austera. La primera puñalada la había dado poco después de que él había caído dormido bajo los efectos de la droga, y aunque creyó que sería lo más difícil, por la emoción del momento después todo resultó fácil. Frenética había seguido clavando los treinta centímetros del cuchillo en todo el cuerpo hasta que sintió que su necesidad había sido saciada. Sin remordimientos por un momento, vio al cadáver destrozado sobre la cama y con curiosidad tocó la sangre que salpicaba las sábanas y escurría hasta la alfombra.

De pronto, con horror, fue consciente de lo que había hecho, salió del trance en el que, momentáneamente había caído, sintió cómo las lágrimas enjugaban su rostro, mezclándose al final con el fondo rojo en el que ahora se encontraba y en unos instantes ya no supo qué hacer, ni las razones por las cuales lo había realizado. Percibía el calor y el tacto viscoso de la sangre en sus manos, al tiempo que miraba sus palmas ensangrentadas y escuchaba en sus oídos el eco de su corazón batiente……

****

Despertó de golpe. Poco a poco su respiración fue acompasándose, mientras su mirada se acostumbraba a la semipenumbra que aún reinaba en su cuarto. Levantó las manos sobre su rostro, detenidamente las miró, analizándolas, y con tranquilidad notó que estaban limpias, ningún líquido viscoso, rojo y caliente las recorría.

Se volvió a acomodar en la almohada, pensando que era el sueño más horrible que había tenido en su vida, aún sentía el corazón acelerado, palpitando contra sus costillas, cerró los ojos e intentó dormir nuevamente. El recuerdo parecía demasiado vivo, demasiado real….terminó cayendo en un ensueño poco profundo y consciente, hasta el momento en el que el reloj despertador sonó.

Los párpados todavía le pesaban, con trabajo se sentó en la orilla de la cama. Sintió en cada uno de sus pies desnudos, cómo la alfombra le hacía pequeñas cosquillas en las plantas y en su cabello alborotado, un olor extraño. Se frotó los ojos para poder abrirlos de una vez. Le ardían como si de verdad hubiera pasado la noche en vela.

Se incorporó lento, sintió un tirón de dolor agudo, primero en la pierna derecha y luego en la izquierda. Conforme daba cada paso, el malestar se hacía un poco más punzante.  Frente al espejo del baño, vio su cara demacrada y pálida. Podía notar que los círculos oscuros alrededor de los ojos eran más marcados de lo normal y tenía en la boca un sabor amargo que la incomodó. 

Tomar la ducha fue relajante, casi identificaba de manera individual cada uno de los rayos de agua que caía a presión y chocaba contra su espalda desnuda.  El agua la recorría desde la corona y hasta los tobillos, mientras era consciente de que estaba lavando alguna suciedad imaginaria que la invadía. Sintió una agradable calidez cuando la bata de colores la envolvió al salir de la regadera; los músculos se le habían relajado, y también podía mover los brazos con mayor facilidad. Los dedos eran lo único de su cuerpo que parecía querer permanecer estático, como si estuvieran recubiertos de barniz.

Maquilló su rostro con cuidado, coloreó sus mejillas, enchinó las pestañas, perfiló sus cejas y terminó colocando labial carmín. No sin esfuerzo se enfundó los zapatos de tacón y tomó su bolso, disponiéndose a salir. 

El reloj de la sala le gritó que ya se había retrasado en su salida, y mentalmente repitió el incómodo discurso que, ya sabía, su jefe le daría al llegar.  Se sentía un poco mejor que al amanecer y hasta ese momento fue consciente de que realmente estaba hambrienta; recordó la cena de la noche anterior, y sólo podía rememorar unas cuantas hojas de lechuga y la copa de vino que había dejado por la mitad, en la mesa del restaurante en el que se encontraba.

Trató de recordar el nombre del hombre que le habían presentado y cómo había terminado su cita, pero por más que buscó en su memoria, los recuerdos no acudían. Sabía que su regreso había resultado sin accidentes porque ya había corroborado que su auto se encontraba estacionado y en perfecto estado en el garaje. Se dio por vencida después de unos minutos y decidió, aunque se retardara más, acercarse a la cocina por algo de desayunar.

No había nada preparado, así que se hizo un de un plato hondo y sacó la caja de cereal de la alacena. Abrió el refrigerador para tomar la leche y perdió el poco color que había recuperado. No podía moverse, a pesar del incontrolable sentimiento de huída que la impelía a salir corriendo de la cocina, sus extremidades se negaban a responder y, paralizada, mantenía la vista fija en el interior del electrodoméstico. Comenzó a hiperventilar, y las axilas de la camisa de seda a humedecerse. Sintió en la garganta el ácido regusto de vomito queriendo salir. Cerró los ojos con la esperanza de que, al abrirlos todo regresara a la normalidad; sin embargo, desde el segundo estante, una sonrisa sin encías le seguía dando los buenos días y un par de manos suplicantes con dedos entrelazados la acusaban sin piedad.

 

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